En la serie Hola, Elena esta ambivalencia es completa. La presencia de los retratos de las personas que conforman el círculo de allegados de la autora, contrasta con otra presencia, si acaso virtual, sobrevolada, de ella misma. Ésta queda voluntariamente reducida a una nota o un aviso que indican una acción, una demanda, un favor, una despedida. La ausencia de su presencia física en forma de fotografía en pos de la propia reducida en las notas a un único nombre de pila, se erige como hilo conductor que hilvana no sólo el conjunto variado de retratos y técnicas; también equipara su labor fotográfica a una función compiladora. La imagen de los retratados y su caligrafía se presentan como una doble vía para acercarnos a sus personas, pero también, a la relación establecida entre la fotógrafa y los modelos.
La fotografía es también un lenguaje que investiga formas visibles, visuales, capaces de relacionar hechos no fácilmente vinculables entre sí. La posibilidad de estar suturando conceptos opuestos o traer a la luz aquello que no vemos en una primera mirada, le dotan asimismo de una cualidad mágica, cuyos efectos están atenuados por su masiva afluencia, pero que no por ello debemos obviar. Podemos detenernos en los detalles de las fotografía que completan la serie Hola, Elena y descubrir detalles mínimos cargados de sentido. Las fotografías, entonces, agudizan nuestra mirada y potencian la vinculación entre las personas que están retratadas y aquella (Elena) a quien van dirigidos los mensajes. La interpretación es un campo que no posee (todavía) puertas ni cercos. Texto del ensayista, comisario, editor independiente y professor Álvaro de los Ángeles